martes, 8 de junio de 2010

Homenaje a Carlos

Como aportación al homenaje que esta tarde se le rinde a Carlos Cano en el Carmen de la Victoria, reproduzco aquí (corrigiendo el error detectado en su día por Paca Rimbau) la columna que publiqué en Ideal con motivo del aniversario de su muerte.

UN AÑO SIN CARLOS
(Ideal, Granada, 22 de diciembre de 2001)

“Si se calla el cantor, calla la vida, porque la vida misma es como un canto”, cantaba en su día Mercedes Sosa. Todo un canto a la vida fue, precisamente, la vida toda de Carlos, a quien hace ahora un año tan amargamente nos arrebató la muerte. Tan sumidos en la tristeza quedamos aquel 19 de diciembre todos cuantos lo queríamos, que a algunos se nos atragantó a lagrimones el duro trance de despedirlo. “¡Es como si se nos hubiera caído la Alhambra encima, niño!”, me dijo esa tarde Enrique Morente, emocionado ante la multitudinaria manifestación de duelo y pesar protagonizada por las más de 20.000 personas que desfilaron por la capilla ardiente del Ayuntamiento para dar su último adiós a Carlos. Fue, sin duda, el mejor homenaje que Granada podía rendir a su cantor-poeta, un artista que había empezado reivindicando la esencia multicultural del pueblo andaluz y terminó dignificando la copla, sin dejar por ello de interpretar en ningún momento, tanto en su vida profesional como en su práctica cotidiana, la solidaridad con los más débiles.

Alguien ha escrito estos días que, desde su muerte, está de luto la copla. Pero cómo olvidar su Salustiano, la miseria, el baile del abejorro, la morralla, el milagro del Palmar, la murga de los currelantes, la Contraviesa, la canción de los marineros, Andalucía Superstar, la rumba del pai-pai, las crónicas granadinas, las casidas y gacelas lorquianas, el bando, el caso Almería, el pasodoble a Gerald Brenan, el tango de las madres locas, las habaneras de Cádiz (perdón, de Cai), María la portuguesa, el último bolero (“este bolero embriagador, madame”)... y, sobre todo, su canto a la ‘verde y blanca’, no en vano considerado como el himno oficioso de la autonomía andaluza: “Ay, qué bonica verla en el aire, quitando penas, quitando hambres, verde, blanca y verde”. Y qué bonica, igualmente, sobre el féretro del poeta-cantor en el tránsito de su último viaje...

Por eso, más que la copla, yo diría que están de luto la poesía, el cante, la música y Andalucía entera. Porque, con su muerte, a todos cuantos lo queríamos –y éramos muchos, a pesar de su seriedad y su malafollá– se nos cayó un poco la Alhambra encima. Y por eso, también, no puedo dejar de afear aquí el indiferente silencio oficial y casi generalizado con que, hasta anoche mismo, se había recordado en Granada el primer aniversario de tan señalada efeméride. A los suyos, sin embargo, nos quedará siempre el consuelo de su enorme y valioso legado musical, poético y humano.

Como me decía hace unos días José Saramago en la cafetería del aeropuerto, antes de regresar con su esposa Pilar del Río a Lanzarote, la poesía y la música de Carlos no le pertenecían ya ni siquiera a él mismo, sino al pueblo. Por ello, mal que les pese ahora a tantos de aquí, de allá o de maracuyá, su presencia continuará siempre viva en la memoria de cuantos lo amaban como persona, al tiempo que lo admiraban como cantor.