Nacido en Irlanda y nacionalizado español desde hace ya varias décadas, el hispanista Ian Gibson es, sin lugar a dudas y mal que les pese a tantos detractores y envidiosos, la persona que más tiempo y fervor ha dedicado a investigar y desvelar la intensa y prolífica biografía de Federico García Lorca, incluidos sus últimos y trágicos días. Por eso es comprensible que se muestre dolido por no haber sido consultado a la hora de desarrollar el proyecto, elaborado por la Asociación de la Memoria Histórica de Granada y financiado por la Consejería de Justicia de la Junta de Andalucía, para la localización y excavación arqueológica de la fosa donde supuestamente yace enterrado, desde la fatídica madrugada del 19 de agosto de 1936, el más grande y universal escritor granadino de todos los tiempos, junto al maestro de Pulianas Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, ambos militantes anarquistas.
Porque, por mucho que la Asociación haya actuado a petición de los familiares de Galindo y Galadí, y con la oposición explícita de los de García Lorca, lo cierto es que eran el nombre, la fama y el simbolismo de este último los que originaron la enorme expectativa pública y el inusitado interés informativo de numerosos medios de comunicación de todo el mundo alrededor de la carpa instalada en el parque de Alfacar para proteger de curiosos e impertinentes los trabajos de la excavación. Que éstos hayan concluido con la constatación científica de que dentro del perímetro estudiado nunca existió enterramiento alguno de restos humanos, no invalida ni contradice, sin embargo, la veracidad de los indicios que apuntan hacia dicho lugar como el más probable para la ubicación de la famosa y tan buscada fosa lorquiana, que muy bien podría hallarse en las inmediaciones de dicho perímetro, al otro lado de la valla del parque. De ahí que el decepcionante resultado de la excavación recién terminada sólo deba servir para confirmar la idea de que, como apuntaba Ian Gibson el pasado miércoles en el diario El País, lo que hay que hacer ahora es seguir buscando más allá de los límites del parque. Porque, ciertamente, que no hubiera fosas a un lado del barranquillo que delimita el parque no significa que no las pueda haber al otro lado, es decir, en el terreno actualmente plantado de pinos. Y, para constatar o desechar esta posibilidad, la única vía científicamente admisible es, una vez más, la de la excavación arqueológica.
Ahora bien, como uno de los nueve informadores que comparecieron ante la Comisión de Encuesta creada por la Diputación Provincial de Granada, a finales de 1979 y a iniciativa de su presidente José Sánchez Faba, para la identificación y adquisición pública del paraje donde habían sido fusilados y enterrados Lorca y sus desafortunados compañeros de destino, así como fundador y miembro de la junta directiva de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica, tengo que puntualizar aquí un par de imprecisiones deslizadas en el citado y excelente artículo del escritor hispano-irlandés.
En primer lugar, debo señalar que, al igual que Agustín Penón en 1955 y el propio Gibson en 1966 y 1978, yo también tuve ocasión de hablar con Manuel Castilla (Manolo “el comunista”) cuando, en la primavera de 1972, realizaba la investigación para mi tesis en la Escuela Oficial de Periodismo (más tarde convertida en libro y publicada en 1975 por la editorial Akal con el título de Muerte en Granada: la tragedia de Federico García Lorca), y también a mí me señaló, sin lugar a dudas, el famoso olivo que el hispanista había fotografiado para su libro de Ruedo Ibérico y del que yo mismo incluiría más tarde en el mío una instantánea de Chituela Espinós. Aunque por desgracia no conservo las notas de mi entrevista con él, al leer el artículo de Ian he recordado con claridad meridiana que también a mí me dijo más o menos literalmente lo de “en un roal de cinco a diez metros alrededor del olivo”.
No obstante, tengo entendido (así se me dijo entonces por los responsables de la institución provincial) que, cuando se compraron los terrenos para la ubicación del futuro parque dedicado “a la memoria de García Lorca y de todas las demás víctimas inocentes de la guerra civil”, las dos parcelas separadas por el barranquillo al que se refiere Gibson eran de distintos propietarios, negándose tajantemente a su venta los dueños de la parcela donde se encuentran los pinos, por lo que se decidió adquirir sólo la que comprendía el citado olivo señalado por Castilla como referencia inequívoca de identificación del enterramiento de los restos del poeta y las otras tres personas que junto a él corrieron su misma suerte. De hecho, la parcela de los pinos sigue siendo de propiedad privada, y de ahí que en las recientes excavaciones arqueológicas promovidas por la Asociación de la Memoria Histórica no haya sido posible traspasar la linde del parque público por carecerse del pertinente permiso de sus dueños. Ahora parece, pues, llegado el momento de conseguirlo.
Y en segundo lugar, hay que aclarar que, cuando se ejecutaron las obras del parque en 1986, el gobierno de la Diputación granadina no estaba en manos del PSOE, sino de un grupo organizado de antiguos militantes socialistas conocidos en Granada por el nombre de “los catetos”, que se hicieron con el poder provincial a riesgo de su expulsión oficial y que años después acabarían ingresando en su mayoría en el Partido Andalucista. Entre ellos, en efecto, figuraba como vicepresidente segundo Antonio Ernesto Molina Linares, a cuyas declaraciones sobre la aparición y el nuevo enterramiento de los presuntos restos de los fusilados en 1936, publicadas en IDEAL el 20 de octubre de 2008, sinceramente, nunca les he dado la más mínima credibilidad. Es cierto que, en honor a la verdad, hablando en cierta ocasión con el diputado responsable entonces de las obras del parque, José Antonio Valdivia, éste nos confesó a Antonio Mora y a mí mismo que se habían encontrado unos cuantos huesos junto a la cuneta de la carretera y lejos ya del olivo, pero que “ni tenían aspecto de ser humanos ni, en todo caso, eran suficientes para completar los restos de un solo individuo”.
En cuanto a las manifestaciones realizadas, en el mismo sentido que Ernesto Molina, por el ex funcionario del Patronato García Lorca y actual alcalde de Jun, José Antonio Rodríguez Salas (éste, sí, del PSOE), hace tiempo que son bastante conocidas, entre la clase política y los periodistas de Granada, tanto su desbordante tendencia a la fantasía como su desmesurada megalomanía y afán de protagonismo, baste sólo citar a este respecto su última ocurrencia: la entrega de un premio en nombre de su pueblo, aunque sin permiso del pleno municipal ni previo referéndum cibernáutico, al ‘capo’ de la telebasura en nuestro país, Jorge Javier Vázquez, en cuyo popular programa Sálvame estuvo el alcalde junero chupando cámara toda una tarde. Y aunque no sé si se dignará a dar explicaciones sobre ello a sus compañeros de corporación o a sus vecinos, lo cierto es que, respecto al tema que aquí nos ocupa, y como bien apunta Gibson, tanto él como el ex vicepresidente provincial tienen la obligación de darlas. Porque, de ser cierto lo que hace poco más de un año dijeron en este periódico, habrían podido incurrir en algún tipo de responsabilidad legal, al no haber puesto en su día el hallazgo en conocimiento de la autoridad judicial competente.
En cualquier caso, me apunto a la petición hecha por Ian Gibson, en nombre del interés común y de la verdad histórica, así como en cumplimiento de la propia ley de la Memoria Histórica, para que el Estado, ya sea por iniciativa del Gobierno central, ya de la Junta de Andalucía, se decida de una vez a localizar, exhumar y enterrar dignamente (aunque fuese en el mismo lugar donde aparecieran sus restos) al más célebre poeta granadino de todos los tiempos, convertido a su pesar, como Víctor Jara en el Chile de Pinochet, en símbolo universal de la represión franquista en nuestro país. Y aunque todos estemos de acuerdo con el lema de que “Lorca eran todos”, se cumpliría así de paso el objetivo del proyecto impulsado por la Asociación de la Memoria Histórica de Granada a petición de familiares de “los fusilados con Lorca”.
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