jueves, 23 de mayo de 2013

En el principio fue el verbo (en recuerdo de Javier Egea)



El pasado día 8, Miguel Veyrat, Antonio Molina Flores, Jairo García Jaramillo y yo mismo presentamos en la Feria del Libro de Sevilla el segundo volumen de la Poesía Completa de Javier Egea publicado por Bartleby Editores.

Atendiendo a la petición de uno de los asistentes al acto, mi buen amigo y compañero de profesión (periodística) Miguel Ángel del Hoyo (que vino acompañado del entrañable Juan Ferreras), al día siguiente colgué en mi "muro" de Facebook el texto de mi intervención. Como quiera que me he propuesto reactivar este blog, voy a copiarlo ahora a continuación también aquí.





Intervención de Eduardo Castro en la presentación del 2º volumen de Poesía Completa de Javier Egea en la Feria del Libro de Sevilla (8 de mayo de 2013).-



En el principio fue el verbo, el pensamiento y la lucha. Pero no era un verbo cualquiera, sino la poesía comprometida; no era un pensamiento más, sino la ideología marxista; no era una lucha existencial, sino la lucha de clases. Franco había ya muerto, es verdad; la dictadura había dado paso a la santificada transición, es cierto; pero la lucha de clases seguía vigente, la dialéctica marxista era todavía entonces mayoritariamente tenida por necesaria. No como ahora, cuando parece haber triunfado la teoría del nuevo régimen globalizado, el fin de las ideologías dichosamente alcanzado tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS. La Unión Soviética ha muerto, ¡viva la Unión Europea! El comunismo soviético ha muerto, ¡viva el paraíso occidental, viva la democracia liberal! Sin embargo, no somos pocos los que pensamos y proclamamos que la verdadera, la gran epidemia de nuestro tiempo sigue aún siendo el capitalismo. Por muchos antídotos posmodernos con que intenten sanearlo y muchos disfraces pseudodemocráticos con que intenten arroparlo y disimularlo. El capitalismo salvaje impera ya sin tapujos ni contrapunto alguno en nuestras vidas y no parecen quedar proletarios suficientes en el mundo para unirse y conseguir derribarlo, o al menos, intentarlo. Es que ni siquiera parece que haya ya proletarios, al menos en nuestro país. Lo que hay ahora son consumidores, somos consumidores, muchos consumidores. Pero tampoco parece que el grito de “¡Consumidores de todos los países, uníos!” pueda movilizar a casi nadie. Porque lo cierto es que el régimen socialdemócrata de Felipe González se encargó de meternos en la OTAN y desmovilizarnos, desmotivarnos, desideologizarnos. Y aunque el nefasto paréntesis aznariano estuvo a punto de despertarnos de nuevo, lo cierto es que la posterior etapa de Zapatero y el actual gobierno de Rajoy-Merkel parecen habernos anestesiado ya definitivamente bajo la amenaza de la crisis mundial financiera.

La desideologización actual de la sociedad nos ha llevado a que en la conmemoración del centenario de Miguel Hernández se ocultara su condición de militante comunista, algo tan determinante para su obra como lo fue para su vida y, sobre todo, para su muerte. Como se recuerda el pasado de Rafael Alberti, Pablo Neruda, Mario Benedetti y tantos otros buenos poetas obviando su condición de comunistas ilustres. Y, sin embargo, cuando ellos estaban en vida tuvieron a gala proclamarla con orgullo. Como también hizo Javier Egea, del que ahora tanto se escribe y se habla, quien, al entrevistarlo un día para el Diario de Granada, no se recató en declararme sin tapujos: “Yo no soy un poeta comunista. Yo soy un comunista poeta, que no es lo mismo”. Por supuesto que no era lo mismo, ni lo sigue siendo, por mucho que la desmemoria propiciada por la ola liberal posmoderna confunda comunismo con estalinismo y pretenda proscribirlo por ello mientras el fascismo nunca proscrito se revitaliza de nuevo y cobra cada vez más fuerza ante la pasividad del PSOE y el aliento del PP. ¿Tiene, pues, sentido que venga yo ahora a recordaros que fue miembro de la célula Gramsci del PCE, en la que también militamos Juan Carlos Rodríguez, Justo Navarro, José Carlos Rosales, Juan Vida y yo mismo? ¿Tiene sentido que, a pesar de cuantos reniegan ahora de aquella etapa, de aquella militancia, de aquella lucha, sin la cual la salida política de la dictadura franquista hubiera sin duda sido diferente, siga yo aún reivindicando su memoria, su existencia, su historia? ¿Tiene sentido que, ahora que parece como si la palabra comunista se hubiera convertido en sinónimo de apestado, hasta el punto de que algunos que lo fueron se sonrojan cuando se les recuerda, venga yo aquí a evocar el tiempo en que fue considerado un signo de tanto mérito y prestigio que hasta quienes nunca lo fueron presumían de haberlo sido? Quizás me expongo a que alguien pueda interpretar mis palabras como un canto nostálgico al “cualquier tiempo pasado fue mejor”, un panegírico al “contra Franco luchábamos mejor”. Pero no es eso, por supuesto, ni muchísimo menos.

Añadiré además que mi amigo y camarada Javier Egea presentó una lectura mía de relatos en La Tertulia de Granada con las palabras que más he apreciado, y sigo apreciando aún, de todas las que jamás nadie haya en público pronunciado sobre mi persona. Y voy a repetir aquí, en homenaje a su memoria, un extracto de aquella presentación que considero aún vigente y válido también en sentido contrario, es decir, que haré mías sus palabras de entonces para devolvérselas íntegras en recuerdo de nuestra amistad:

“Conocí a Eduardo…”, dijo aquella noche Javier, y ahora cambio yo sujeto por predicado, y viceversa, para decir: “Conocía a Javier, allá por la primera agonía del dictador. Trabajamos, junto a otros camaradas, en una célula comunista a la que Antonio Gramsci había prestado su nombre. Nos hicimos grandes amigos. Han pasado los años y seguimos siendo amigos y camaradas. Sabemos que, a pesar de vernos de tarde en tarde, no es necesaria ninguna palabra para justificarnos. Y esto no es fácil en el mundo capitalista. Pero todo está ya muy claro. Y cada día más. Por eso voy a utilizar para presentarle un texto (mi último trabajo), un poema que considero bastante argumental y expositivo (quizá con suerte también clarificador) de cómo fuimos encontrando, a través de aquellas reuniones clandestinas, aquellas lecturas comunes, aquel dolor común, la hermosa y terrible luz que hace posible que hoy les pueda hablar tajantemente de nuestra amistad, sin necesidad de falsos halagos y gratuitas perífrasis. Ustedes se preguntarán cómo es posible poner la mano en el fuego, ni siquiera tratándose de un amigo. Y yo me atrevo a afirmar, sin ningún pudor, que mientras nuestro horizonte sea el mismo (y, por tanto, la lucha por él), no sólo pondré la mano en el fuego, sino que me la dejaré abrasar muy gustosamente. Porque para eso hemos venido a este mundo: para quemarnos.”

Ésas fueron sus palabras de entonces y puedo darles fe de que, 30 años después, nuestro horizonte, el suyo y el mío, y espero que también el de muchos de ustedes, sigue todavía siendo el mismo. He aquí ya, pues, el poema que aquella noche me dedicó Javier en La Tertulia y que hoy ha visto por fin la luz en letras de imprenta al ser incluido en este segundo volumen de su Poesía Completa que aquí presentamos esta tarde:



Sin saber cómo nos quedamos solos en mitad de la historia.
O quizá fue
que la soledad era como un útero blanco,
y una pregunta torpe el agua que caía gota a gota
sobre la piel de la ciudad vencida.

Sin saber cómo
temblamos al mirarnos las manos del presagio cada día:
el hueco enorme y el dolor: el éxodo.

Buscar algún recodo del camino
es parte del trabajo que nos une,
buscar lo que quedó de la alegría
en medio de un terrible silencio compartido.

Lo demás huelga, hermano, camarada.

El único programa del gobierno es saber lo que eres,
por qué vas por la calle,
por qué alumbras a veces y te apagas de golpe,
es saber que a pesar del parlamento
florecen los almendros y se agotan
y no estamos allí sobre la tierra
atentos a la extraña dimensión
de las hojas rotas, perdidas,
como aquella ponencia que se quedó en el gesto de los héroes
que nunca hicieron falta: la voz innecesaria: la arena y la palabra.

Sin saber cómo nos vamos viendo tristes
y no estamos allí recogiendo el agua a borbotones.

Que hay que gobernar este mundo con besos.
Lo demás hojarasca, ceniza, tiempo roto.
Lo demás es la muerte, es andar por la historia
sin saber la distancia que separa tu mano de la mía.

                [Javier Egea. Granada, marzo de 1980.]