Adjunto el texto de mi intervención en el homenaje que los periodistas granadinos rendimos anoche en la sede de nuestra Asociación a la memoria de José Saramago, con motivo del octogésimo octavo aniversario de su nacimiento. Se trata de la columna con la que inauguré mi colaboración semanal en la sección Puerta Real del diario Ideal de Granada, colaboración que se mantendría ya todos los sábados hasta mi renuncia a finales de 2005 por incompatibilidad con mi nombramiento como consejero del CAA.
Para empezar, Saramago
Con lo ingrata que esta ciudad suele ser para con sus hijos más ilustres, sobre todo en el terreno de las Artes, las Letras y las Ciencias, congratula comprobar la enorme capacidad de convocatoria que tuvo el lunes la presencia de José Saramago en el Club de Opinión de la Asociación de la Prensa. Y digo lo de ‘hijo ilustre’ no con ánimo de apropiarme para Granada de uno de los nombres más importantes de la literatura universal contemporánea por el solo hecho de la frecuencia con que últimamente nos visita, sino por los fuertes lazos que desde hace años lo unen a nuestra tierra. Pues, aunque nadie ignora que Saramago es portugués, también es conocida su condición de granadino consorte e hijo adoptivo de Castril, además de doctor ‘honoris causa’ por nuestra Universidad, por lo que bien podemos presumir, sin que nos tachen de amigos de lo ajeno, del autor de tantos libros imprescindibles para los amantes de la literatura que su sola enumeración consumiría esta columna. Si he elegido su última estancia en Granada para empezar mi relación con los lectores de ‘Puerta Real’ no es sólo con el propósito de rendir tributo a las ideas que tan bien expresa y defiende Saramago, sino con la intención de confesarme, para que nadie se llame a engaño, totalmente de acuerdo con ellas. No voy a repetir de nuevo, porque ya las han leído en este periódico en días anteriores y de plumas diferentes, ninguna de lasmuchas ‘verdades como puños’ que ‘nuestro’ premio Nobel dijo tanto en su conferencia como durante la cena-coloquio programada a continuación. Pero lo que sí quiero recordar aquí es la manera que tuvo de concluir ambas intervenciones. Primero, frente a quienes piensan que la edad termina haciendo conservadores a los jóvenes más revolucionarios, Saramago finalizó su charla declarándose “cuanto más viejo, más libre, y cuanto más libre, más radical”. Más tarde, tras otras dos horas de coloquio, el autor de ‘La balsa de piedra’ (la novela que lo emparentó a Granada) no tuvo reparo en despedirse haciendo una romántica y hermosa declaración pública de amor a su actual esposa y traductora, la periodista granadina Pilar del Río. Dice el narrador de ‘La caverna’, casi al inicio del relato, que “ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe”. Quede también aquí, pues, constancia pública de mi admiración, cariño y respeto por un escritor que siempre ha defendido la bandera de la ética y, a pesar del reconocimiento y fama mundial que el Nobel de Literatura le ha proporcionado, no renuncia, a sus 79 años recién cumplidos, al comunismo utópico del que tantos otros ilustres ‘camaradas’ y no pocos ‘compañeros de viaje’ no dudan en renegar al más mínimo triunfo social conseguido. Lástima que, mientras haya gente muriendo de hambre en el mundo, no tengamos a mano más voces críticas como la suya, un auténtico martillo machacón en la conciencia adormecida de esta sociedad hipócrita y globalizada que nos ha tocado vivir.
(Publicada en Ideal, el 24 de noviembre de 2001)
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