(Texto leído el 25 de noviembre de 2010 en la sede de la Fundación de la Prensa durante la presentación de la "biografía novelada" de Felipe Alcaraz sobre Javier Egea).
Empezaré recordando las palabras que Jacinto Benavente pronunció al enterarse de que Federico García Lorca había sido fusilado en Granada por los fascistas en represalia por la noticia de que a él lo habían matado los rojos en Madrid: “Para dar muerte a un poeta, muerte verdadera”, dijo Benavente, “hay que matarlo dos veces: una, con la muerte, y otra, con el olvido. A García Lorca, si es fácil enterrarle muerto, no es tan fácil enterrarlo en el olvido. Su inmortalidad será el oprobio eterno de los que, estúpidamente, en él saciaron su venganza”. Curiosamente, don Jacinto, que viviría luego hasta 1954, pudo ser testigo del fracaso del régimen franquista en su intento de enterrar en el olvido a Lorca, cuyas obras completas, que luego se descubrirían aún incompletas, habían sido publicadas en nuestro país por la Editorial Aguilar un año antes de la muerte del dramaturgo y premio Nobel español, es decir, en 1953, diecisiete años después de la muerte física del poeta de Fuente Vaqueros, en circunstancias, por cierto, todavía por esclarecer.
Viene esta anécdota a cuento hoy aquí porque las palabras de Benavente son también aplicables al caso de Javier Egea. Pues, si a Javier fue fácil enterrarle muerto, no será tan fácil, sin embargo, enterrarlo en el olvido. Y lo será mucho menos desde luego a partir de ahora, sobre todo gracias a su obra conocida, pero también a los albaceas de su herencia y a la custodia que éstos han hecho de su obra hasta ahora inédita, así como además a la última novela de Felipe Alcaraz, que hoy presentamos.
Publicada por Editorial Almuzara, La conjura de los poetas es, en efecto, una biografía novelada, con nombres reales, de Javier Egea, el poeta granadino que se suicidó en 1999. Junto a él, otro nombre que destaca en la novela es el de Luis García Montero. Ellos son, según el autor, los dos protagonistas principales de un debate entre el materialismo y la posmodernidad española, inaugurada en 1982. Para Alcaraz, Javier Egea, de quien pronto se van a publicar en Bartleby las obras completas, cuyo primer volumen saldrá probablemente el próximo mes de enero, es sin duda “el exponente máximo de la posibilidad de una poesía materialista, frente a la lírica burguesa del yo íntimo y libre”. Pero, junto a los nombres de Egea y García Montero, destaca también el de Juan Carlos Rodríguez, uno de los teóricos marxistas más importantes y no precisamente conocidos ni reconocidos en el resto de España, a pesar de sus largos años de docencia en la Universidad de Granada. Él fue, precisamente, el teórico a cuya sombra surgiría en Granada en 1980 la llamada “Otra Sentimentalidad”, movimiento poético cuyos dos libros esenciales fueron Troppo mare y Paseo de los Tristes, ambos de Javier Egea.
No obstante, a partir de 1982, cuando se marca la socialdemocracia como el fin de la historia y el PCE (partido en el que militaban los tres personajes citados) cae bajo mínimos electorales, frente a la radicalidad de la poesía “otra” inicia entonces su vuelo la llamada “Poesía de la Experiencia”, cuyo líder y máximo exponente a lo largo de décadas sería, precisamente, Luis García Montero. Se trata, en palabras de Alcaraz, de “una poesía caracterizada por ellos mismos como poesía en la socialdemocracia: una poesía media, digerible, reconciliada con la experiencia diaria de la realidad, al margen de estrategias de transformación trasnochadas”. En ese momento, sin embargo, Javier Egea decide resistir y no acepta esa nueva etapa acomodaticia. Una etapa que, según Alcaraz, es “el principio de la posmodernidad española, donde el poder se traslada de la obra al nombre, y surgen líderes y camarillas, neutrales y comerciales, que marcan una norma poética: la poesía de la experiencia”. Egea escribe entonces: “Los solitarios son ésos que le dicen a su amada: me quedo solo, pero no me vendo”. Y pasa, a través de un proceso de aislamiento, a la soledad, incluso a la clandestinidad. Por su parte, los poetas de la experiencia, teniendo como referente dos fechas (1982, en que arrasa la imagen del cambio, y 1989, en que cae el muro de Berlín), construyen una “norma” que va a regir la poesía de forma totalizante, que penetra subvenciones y concursos, y que da carta de naturaleza a los poetas que en España han sido publicitados y han tenido el apoyo de la crítica y las editoriales.
Ése es el argumento y el hilo conductor de La conjura de los poetas. Y se puede decir que, con esta novela, Felipe Alcaraz contribuye a evitar la segunda muerte de Javier Egea, la de su olvido, la del entierro de su obra tras la eclosión de la posmodernidad poética española a partir del momento en el que una parte importante de la literatura se puso al servicio del mercado, dejando a un lado la defensa de las ideas. En ese momento, repito, Javier Egea se resistió, escribiendo versos tan bellos y contundentes como los anteriores, que sin duda constituyen su mejor tarjeta de presentación: “Los solitarios son ésos que le dicen a su amada: me quedo solo, pero no me vendo”. Eso es lo que cuenta, precisamente, esta nueva novela de Alcaraz, de la que ahora les hablarán, más detenidamente, tanto el autor como el editor. Por mi parte, yo me limitaré a leerles a continuación la reseña biobibliográfica por mí mismo redactada sobre él para el Diccionario de Autores Granadinos que la Academia de Buenas Letras tiene incorporado a su página web institucional.
Nacido en Granada el 1 de marzo de 1943, Felipe Alcaraz Masats es doctor en Filología Románica por la Universidad granadina, donde primero hizo la licenciatura y posteriormente obtuvo el doctorado con una tesis sobre El concepto marxista en la literatura. En 1971 se trasladó a Jaén como profesor de Lingüística y Crítica Literaria del Colegio Universitario, plaza que confirmaría tras la adscripción del centro a la Universidad de Granada y que mantuvo hasta 1986. Durante 21 años ininterrumpidos, entre 1981 y 2002, Felipe Alcaraz fue secretario general del Partido Comunista de Andalucía (PCA), y en la actualidad es presidente ejecutivo del Partido Comunista de España (PCE), integrado en la coalición Izquierda Unida (IU). Ha sido miembro del Parlamento Andaluz desde 1982 a 1993, y desde ese año hasta 2004 del Congreso de los Diputados, donde ya había obtenido escaño en las primeras elecciones democráticas de 1979 y donde a lo largo de varias legislaturas ha sido portavoz de la coalición izquierdista en temas de Justica, Defensa e Interior. Durante su larga e intensa actividad parlamentaria, Alcaraz siempre ha destacado por sus excelentes dotes de orador, habiendo sabido combinar de manera brillante su sentido de la crítica con el del humor.
Fue precisamente tras su incorporación al Colegio Universitario giennense cuando Felipe Alcaraz inició su actividad política por la que luego llegaría a ser conocido, primero en Andalucía y posteriormente en toda España. En Jaén, en efecto, Alcaraz ingresó en el PCE en 1974, participando activamente desde entonces en la reconstrucción del partido en la provincia, todavía en la clandestinidad, como no podía ser de otra forma en plena dictadura. El núcleo principal lo forma con profesores y alumnos universitarios, además de militantes de Torredonjimeno, Úbeda y Andújar, ya que los dirigentes comunistas más destacados estaban por entonces todos en la cárcel. En 1975 fue nombrado responsable político del partido en Jaén y, bajo su impulso, en pocos años se alcanzaron los 7.000 afiliados en la provincia. Tras la muerte de Franco y la posterior legalización del PCE, en las elecciones generales de 1979 se convertiría en el primer –y hasta ahora único– dirigente comunista en obtener un escaño por Jaén en el Congreso de los Diputados. Al ser elegido secretario general del PCA dos años más tarde, en 1981, decidió trasladar su residencia a Sevilla y dedicarse de lleno a la política andaluza, cambiando al año siguiente su acta de diputado comunista en las Cortes generales por la provincia de Jaén por una en el Parlamento autonómico por la de Sevilla, revalidando ésta en las elecciones de 1986, ya con el PCA integrado en Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía, y las de 1990, habiéndose presentado en estas últimas como candidato de la coalición a la presidencia de la Junta. En 1993 abandonó la Cámara andaluza para retornar a la política nacional como miembro electo del Congreso de los Diputados por la provincia sevillana, acta que también revalidaría sucesivamente en 1996 y 2000.
Como escritor, y por extraño que pueda parecer en un político de dedicación intensiva como la suya, Felipe Alcaraz siempre ha sabido compaginarla con su vocación literaria, faceta ésta en la que cultiva tanto la narrativa y la poesía como el ensayo. Es autor de las novelas Sobre la autodestrucción y otros efectos (1975), Informe de una toma de partido en literatura (1977), El sueño de la libertad (1981), Amor, enemigo mío (1993), Extraños centinelas (2006) y La muerte imposible (2009). Los tres primeros títulos muestran ya por sí solos el carácter eminentemente comprometido de la obra narrativa de este autor, inspirada en “el proceso de transformación socio-política en el sector de la pequeña burguesía durante los últimos años del franquismo y el postfranquismo”, en palabras del profesor José Ortega, que destaca la habilidad narradora de Alcaraz a la hora de describir las contradicciones ideológicas del sector social universitario, cuyo discurso es estructurado y reproducido lingüísticamente de manera muy inteligente en la narración. A pesar de lo cual, Ortega observa cierto retoricismo en los relatos, ya que “el narrador juzga y valora excesivamente, desde la ética marxista, los incidentes y discursos de los personajes”. Por otro lado, la primera de estas novelas (Sobre la autodestrucción y otros efectos) causó al ser publicada un gran revuelo en Granada, pues los supuestos personajes ficticios que pueblan sus páginas retrataban a personas reales de la vida pública local de aquellos años, en especial todos aquellos relacionados con el mundillo universitario. En realidad, casi todas sus novelas han seguido también la misma pauta, enmascarando en la ficción a personajes bien conocidos por el autor, como ocurre de nuevo en el último de estos relatos (La muerte imposible), donde uno de sus protagonistas, un poeta granadino inmerso en el proyecto de una poesía materialista, es fácilmente identificable con Javier Egea, hasta el punto de llegar a elegir la muerte como un acto de coherencia radical en un tiempo de rebajas culturales y claudicaciones ideológicas.
En cuanto al capítulo poético, Felipe Alcaraz ha dado a la imprenta los libros Azahar y caballo (1986), un extenso poema sobre “la épica de una juventud rebelde”; Conspiración del olvido (1988), un texto de “poesía urbana y comprometida escrito en un lenguaje llano e irónico”, en opinión –como antes– de José Ortega, y Navegación del silencio (2003). Por último, Alcaraz es autor, asimismo, de varias obras de ensayo, entre las que destacan El concepto de literatura (1974), resumen de su tesis doctoral, y su participación en el volumen colectivo Las literaturas de la transición al socialismo (1976). Mención aparte merece el libro De un tiempo rojo, verde y violeta (1990), donde recopila diversos artículos y poemas, con los que defendió su candidatura a la presidencia de la Junta de Andalucía en las elecciones autonómicas de aquel año.
Éste es el autor de La conjura de los poetas, su biografía novelada de Javier Egea, de la que a continuación él mismo nos dará las explicaciones y respuestas que considere oportunas.
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